septiembre 06, 2009

Cañón Corto.

De Ely Rosa Zamora.

Al levantarse metió los pies en el charco de sangre y se frotó los ojos después de escurrirse los ruedos. La animaba el recuerdo del café. En la cocina encontró el vómito intacto de la noche anterior con los pedacitos de manzana brillantes por la flema. El hambre hizo que la lengua se le desplomara y tuvo que sostenérsela con las dos manos para no comerse el potaje. Abrió la lata del café y pudo prepararse la última taza, que se tomó sentada junto al cristal de la ventana hasta perderse de nuevo con el aroma mientras pensaba qué haría. El revólver estaba en la tienda con la señorita Kobarelova y su ansiedad se incrementaba con el paso del tiempo. Tomó la libreta teléfonica y empezó a buscar el nombre de aquel hombre. Cuando vio la mancha negra del grueso marcador sobre su número, sintió miedo al acordarse de todo. Cerró el libro y se hechó al suelo en posición fetal. Segundos más tarde sonó el teléfono y una voz femenina se escuchó del otro lado del auricular:

-Mi madre está muy enferma Antonella.
-¡ Y a mí qué me importa! - Colgó el teléfono y lloró por un buen rato.
-Siempre te dejaba todo intacto mamá- Susurraba entre sollozos.

Cuando los policías entraron al departamento encontraron esta nota sobre el sofá:

Victor, a mí también me hicieron desproporcionada.

Es muy probable "Marqués" que en sus andanzas haya estimado en demasía a esta "mujer". Le agradó tenerla entre sus brazos mientras mordía sus protuberantes labios de serpiente y sin embargo ha tenido el desgano de abandonarla sin delicadeza, amarrada al collar rojo que le tejió su madre. Un collar concebido con la intención de liberarlo de sus maldiciones. Sus acciones no sólo me han causado una desenfrenada congestión estomacal sino además un desprecio pertubador hacia el Código de la moral y las buenas costumbres.

Llovía un diluvio mientras Antonella caminaba por las calles frías y deshabitadas. La sangre le corría por las piernas, mezclada con el agua de la lluvia, enchumbándole los pantalones. Desvanecida frente al graffiti "Bicha, cañón corto" al pie del paredón de la avenida, escuchaba el eco de las gotas sobre el pavimento como si estuviese metida en un túnel.